Una unión monetaria no requiere la adopción de una moneda única, pero es un aspecto deseable que completa el proceso, facilita un mayor desarrollo de la unión monetaria y proporciona mayor estabilidad. Se consigue, además, eliminar la incertidumbre sobre los tipos de cambio, reducir los costes de transacción y reducir la sensibilidad de las monedas a las perturbaciones externas.
Una vez fijados irrevocablemente los tipos de cambio es necesario coordinar las políticas monetarias nacionales a través de una institución común, que centralice las decisiones sobre la cantidad de dinero en circulación y gestione los instrumentos de política monetaria.
- Moneda única [Euro]. Reemplaza al resto de monedas nacionales sustituyéndolas como moneda legal en circulación. Debe ser gestionada por una autoridad monetaria central
- Moneda común [ECU]. Moneda de completa aceptación que utilizan los operadores y agentes económicos. No sustituye a las monedas nacionales y no requiere ni excluye la creación de una institución monetaria central.
- Moneda paralela [Dólar en Europa]. Circula a la vez que las monedas nacionales y puede desplazarlas y sustituirlas si su credibilidad es mayor que la de éstas. Si la moneda es de nueva creación requiere la creación de una institución monetaria central.
Una vez establecida la moneda única se pierde la posibilidad de manejar el tipo de cambio para corregir los desequilibrios de las economías de los Estados miembros, producidos por la reestructuración y ajuste de las economías nacionales durante el proceso de convergencia, o por perturbaciones externas como la crisis de las hipotecas subprime [EEUU, 2008].